martes, junio 29, 2010

H I N C H A.

El primer hincha de fútbol de la historia vivió en Montevideo a comienzos del siglo XX; trabajaba en el Club Nacional de Fútbol, el segundo club uruguayo por antigüedad.

Era de profesión talabartero y estaba encargado de inflar (hinchar) los balones del Parque Central, la sede del Nacional.
Se llamaba Prudencio Miguel Reyes, pero era más conocido como «gordo Reyes» o «el hincha». Nuestro hombre, partidario fanático del club montevideano, y sus gritos estentóreos: « Nacional!» eran famosos a principios del siglo pasado en las canchas donde jugaba su club.

Y es fácil imaginar cómo resonarían los gritos del talabartero si se tiene en cuenta que inflaba las pelotas sólo con la fuerza de sus pulmones.

Durante los partidos, otros aficionados solían comentar ante las ruidosas demostraciones de Reyes: «Mirá cómo grita el hincha».

Y poco a poco la palabra hincha se fue aplicando a los partidarios del Nacional que más gritaban en los partidos; más tarde se extendió a los demás y, finalmente, a los partidarios de todos los clubes.

La palabra se extendió al resto del mundo hispanohablante con los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, cuando el fútbol de Uruguay ganó sendas medallas de oro, y en el Mundial de 1930 de Montevideo.

(La Palabra del Día)

jueves, junio 24, 2010

N I G E R I A.

Este país del África occidental tomó su nombre del río Níger, que irriga esa área del continente y que también sirvió para denominar a la República de Níger.

No se sabe con certeza de dónde proviene el nombre del río, pero hay quien dice que proviene de la voz cananita nigir, que significa 'rio que se pierde en la arena'.

Otros afirman que el nombre del río se origina en la lengua tuareg n'eghirren, que significa 'agua que flota'.

También se ha dicho que Níger procede de la voz de la lengua tamaskek gher N'gheren, que significa 'río de ríos' o 'río entre los ríos'.

(La Palabra del Día)

martes, junio 08, 2010

P O N T Í F I C E.

Algunos años después de la legendaria fundación de Roma por Rómulo y Remo (753 antes de nuestra era), cuando los monarcas de la joven ciudad se ocupaban aún de los rituales religiosos, el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, consideró que sus sucesores tendrían que ocuparse de la guerra y del gobierno de un Estado cada vez más complejo, de modo que no estarían en condiciones de pensar en la liturgia.

Con esa idea, Numa Pompilio decidió entregar el cuidado de las ceremonias religiosas a un funcionario o sacerdote que desempeñara exclusivamente esa función religiosa.

Después de mucho meditarlo, confirió esa dignidad a los pontífices, que eran los encargados de cuidar el puente sobre el río Tíber, una tarea que en aquella época revestía enorme importancia política y militar, además de religiosa.

En la palabra pontifex se fusionan pontis 'puente' y facere 'hacer', en alusión a su actividad: cuidar el puente.
Algunos siglos más tarde, Julio César decidió asumir la dignidad de Pontifex Maximus 'sumo pontífice', el mayor de los pontifices, para indicar así su posición de jefe no sólo civil y militar, sino también religioso.

A partir de Augusto, este título quedó vinculado al de emperador durante varios siglos, hasta la llegada al poder de Constantino (306 d. de C.), quien adoptó el cristianismo como religión oficial del Imperio.

Fiel a la tradición consagrada por sus predecesores, Constantino siguió usando durante algún tiempo el título de sumo pontífice, ahora como representante de Cristo.

Pero los obispos de Roma no demoraron en reivindicar para sí la condición de únicos representantes de Cristo en la Tierra y acabaron por incorporar el título de Pontifex Maximus, que los papas ostentan hasta hoy.

(La Palabra del Día)